Las radiaciones ionizantes no son siempre perjudiciales para la salud de las personas y, en determinados casos, como ocurre con las aplicaciones médicas de las radiaciones, su uso puede resultar en beneficios asumibles frente al riesgo que suponen. Pero ante la eventualidad de que las radiaciones produzcan daños, según las circunstancias, o impliquen un riesgo de que tenga lugar el daño, está universalmente admitido que, fuera de los casos de aplicaciones terapéuticas, las radiaciones ionizantes deben considerarse siempre como potencialmente peligrosas.
En consecuencia, nadie debe recibir nunca una dosis que no sea necesaria, que, además, ha de estar siempre por debajo de unos límites establecidos, que se sabe no son peligrosos. También hay que tener en cuenta que, aún por debajo de estos límites, la dosis ha de ser siempre la mínima posible.
En el caso de que una persona desarrolle una actividad en la que pueda recibir dosis por encima del fondo natural, la dosis debe ser controlada y ha de medirse.